04 marzo 2011

Tres cervezas

Me faltan cojones para hacer algo grande en esta vida. En algún momento quise ser escritor y si los tuviera empezaría a serlo ahora mismo. Roma sigue sumergida bajo el diluvio y yo no tengo nada que hacer. Podría emborracharme hasta rondar el coma etílico y hacer algo memorable y absurdo en plan Bukowski, como destrozar esta casa en la que vivo como invitado. Podría empezar estampando el ordenador de mi amiga contra el ventanal que hace de puerta y quemar después todas sus pertenencias. Mañana me despertaría no sé bien dónde ni cómo, pero tendría algo auténtico que escribir. Y sin embargo aquí estoy, bebiendo tímidamente un par de cervezas, mirando con miedo la botella de Ballantines abierta en la estantería. Noto que me faltan cojones porque estoy hablando a través de internet con una chica que un día quise follarme y sé que a ella le gusta la literatura. Sé que estamos en distintos países, pero estoy intentando ligármela. Le pido que me deje leer sus escritos, le digo que lo que escribe es muy bonito y le dejo leer algo mío. Se emociona. Me dice que le encanta, que es buenísimo. Pienso que, si tuviera cojones, le diría algo así como «¿Tan bueno como para que me hicieras una mamada?» y después la gente cuando leyera esta anécdota pensaría que claro, con una mentalidad así, normal que escriba cosas tan raras y buenas. Pero me conformo con decirle que no merezco los elogios, me hago el modesto y esas mierdas hipócritas.

Me faltan cojones. Soy valiente, sí. Un día dejé un puesto cómodo en un periódico. En la última época me dedicaba a escribir lo que me decían sin pensar nada ni enfadarme por la poca dignidad que eso acarreaba. Llegaba tarde a la redacción, tecleaba aquello que me decían y me iba. El sueldo no era alto pero casi era un trabajo de por vida. Y un día lo mandé todo al carajo sin saber a dónde ir. Acabé de jardinero en un campo de golf en pleno Círculo Polar Ártico, en las Islas Lofoten, Noruega. Hay que ser valiente para hacer algo así. Pero otra cosa es tener cojones. Si los hubiese tenido me hubiese sumergido de lleno en un plan casi perfecto. Allí en Lofoten nadie cierra las puertas con llave. Las del coche, incluso, las dejan puestas. Me llevó poco comprobarlo. Sentado en un parking de un centro comercial, esperando a no sé quién, lo vi claro. Sólo tendría que esperar a que el dueño se metiera en el supermercado para sentarme al volante y conducir. Podría recorrer cientos de kilómetros a lo largo de violentas montañas con la alucinada luz de sol de medianoche como faro, llegar a otro pueblo de confiados granjeros noruegos, de paletos con sueldo astronómico, vamos, aparcar el coche robado y llevarme otro con la misma facilidad, para ponérselo un poco más complicado a la Policía. Me alimentaría entrando a las casas cuando sus dueños salieran a la compra o pescar en sus botes neumáticos. Haría muchas fotos. Y por las noches me emborracharía. Seguiría así días y días hasta que acabara en el trullo. Y ese tiempo a la sombra lo utilizaría para escribir un libro genial en el que exageraría mis vivencias como prófugo. Guardaría las fotografías para venderlas después a precio de oro, cuando mi libro hubiese triunfado, a algún suplemento dominical pseudo vanguardista. Noruega es una mina para el que quiera hacer el mal y yo lo más gamberro que hice fue racanaearle algo de dinero y unas cuantas cervezas al tontolaba de mi jefe.

Roma me recuerda a cada paso que me faltan huevos para ser recordado. Roma tiene tantos vestigios que destruir, tantos escenarios perfectos para atraer hacia mí el foco. Podría hacer mil barrabasadas y luego montármelo de nuevo gurú en un libro al estilo Coelho diciendo que alcancé la felicidad porque no tuve miedo de hacer lo que me pedía mi alma. Podría empezar con el Moisés de Miguel Ángel: no me costaría ningún esfuerzo entrar a la iglesia en la que está, San Pietro in Vincoli, con un martillo en la mochila, superar la pequeña valla que separa al público de la estatua y dejar la obra maestra hecha pedazos mientras grito ¡abajo los cornudos! o algo igual de estúpido. Pero todo lo malvado que me atrevo a ser es no echar la monedita de 50 céntimos en la caja de la iluminación del Moisés y sentarme a esperar lo que haga falta hasta que algún japonés suelta la tela y entonces, gratis, hacer la foto para luego subirla al Facebook. Luego podría entrar con una puta al Coliseo y follar junto a la cruz cristiana que puso allí el Papa Benedicto XV mientras cientos de turistas atónitos retratan sin piedad mi polla y mis michelines. Al poco las fotos circularían por internet y yo estaría más cerca de ser una leyenda. ¡Qué coño! Podría follar con esa misma puta en cada una de las atracciones más visitadas de Roma: el Pantheon, la Piazza de Spagna, Campo dei Fiori, apoyado en uno de los tritones de la Fontana di Trevi. ¡Chico, qué filón! Seguro que los medios se matarían por ser los primeros en entrevistarme. Luego, con la pasta que ganara podría montarme una productora audiovisual con un programa estelar: «Follando por el mundo». Saldría yo metiéndola delante de las principales atracciones turísticas de cada país con alguna moza representativa de la población femenina local.

Pero no es que no me atreva a hacer los grandes planes. No puedo ni con los más pequeños y humildes. Más de una tarde de aburrimiento he pensado en acercarme a algún burdel. He pasado horas y horas planeando la logística del encuentro en internet mientras daba vida a la idea, que casi siempre me salía con la misma forma: buscaría a alguna putita peruana, cubana ecuatoriana o boliviana y me pondría a hablar con ella. Desde bien pronto le dejaría claro que mi intención no sería la de metérsela, sino la de charlar. Le diría que por diversos motivos la vida me había traído hasta Roma, que estaba muy aburrido y no tenía con quién charlar (lo que no sería mentira en absoluto), rechazaría sus ofertas de tener sexo anunciándola que tenía novia y aunque viviera en otro país no quería serla infiel, sólo palabras, compañía, charla. Si fuera necesario le pagaría por ese rato de conversación y un buen rato después me marcharía como todo un caballero. Volvería al día siguiente y repetiría cada paso de la jornada anterior. Al irme le diría, con tono inocente: «Oye, ¿qué te parece si un día de estos nos tomamos una pizza?». En mi plan ella siempre dice que sí y si no lo dice, volvería hacer lo mismo hasta que diera con una que respondiera afirmativamente. Entonces, nos cambiaríamos los teléfonos para hacer más fácil el encuentro. La llevaría al Trastevere a pasear por los rincones más viejos, sucios y románticos de la ciudad y charlaríamos de nuestras respectivas tristezas de extranjero con vida turbia. Ella me diría que extraña las arepas y yo le respondería que el risotto es una puta mierda comparada con la paella. La invitaría a venir un día a casa a comer una paella cocinada por mí. Acabaríamos en un restaurante bonito y caro en el que sirven una deliciosa pizza con flor de calabaza y anchoas. Pagaría yo y al salir la acompañaría a su casa simulando ser un chico decente y me despediría de ella en el portal. Volveríamos a quedar otro día, y otro, y otro, y otro, y yo la escucharía hablar horas y horas. Irremediablemente acabaríamos teniendo sexo y, por consiguiente, algo parecido a una historia de amor. Yo, por supuesto, acabaría con el tiempo escribiendo una preciosa novelita romántica, con el personaje de la puta-novia y sus dudas y ansiedades perfectamente retratado, acerca de cómo las almas solitarias y apaleadas por la suerte también tienen derecho a una pequeñita porción de felicidad. Pienso en ese plan magnífico y se me pone la piel de gallina, pero al final lo que acabo haciendo es masturbarme de tan cachondo cómo me ha puesto mi magnífica historia con la chavala peruana (o boliviana o cubana o lo que sea), apago el ordenador y me pongo a jugar a los marcianitos en el móvil.

Por cierto, a estas alturas ya ha caído la tercera cerveza. Beber eso y escribir estas cuatro palabrotas es todo lo que me atrevo a ser.

5 comentarios:

Luna, Lunita, Lunera, Lunaza, Lunático dijo...

Cosas buenas, para escribir lo mejor es escribir, un paso dado, un paso abanzado...
Cosas malas, no escribimos para ser recordados, escribimos porque no sabemos hablar de otra manera.
Cosas de loco, no rompas el mundo, lo pueden hacer tus personajes. Aunque si te apetece, dale.
Eso sí, emborracharse de vez en cuando es bueno. Anestesia el alma, y a veces el alma necesita ser anestesiada.
Gracias por escribir.

Luna disléxica. dijo...

Avanzado, mejor, en vez de abanzado... ok

josevi dijo...

Ahh, yo sí escribo para que se me recuerde... Ahora se me recuerda como "ése que escribía tan mal" y espero que algún día sea como "ése que no lo hacía mal del todo", jeje.
Lo de romper el mundo... es una tentación muy fuerte!
Por cierto, me hice seguidor de tu blog pero no sé por qué no me salen los blogs que sigo en el mío para que los vea todo el mundo!!

Gracias por comentar!!

Santi dijo...

Me ha encantado tu historia! Eres un crack! jajaja. Yo juego muy a menudo con las infinitas posibilidades que tenemos a partir del presente.
Se firmemente que nuestra realidad se transforma a raíz de que rompemos límites, costumbres y barreras que la sociedad y sus costumbres nos "impone".
También es cierto que se puede aprender a modelar nuestra realidad más paulatinamente sacando los demonios que todos llevamos dentro.

Un fuerte abrazo!

josevi dijo...

Muchas gracias!!

Además, sacar los demonios es muy sano. Te quedas muy a gusto, al menos yo me quedé cuando lo escribí, jjee.

Un abrazo!!