17 septiembre 2012

Tiempo de juego


Campo de' Fiori estaba inusualmente desolada. Ni rastro de los grupos de jóvenes que se sentaban bajo la sombra de Giordano Bruno a beber cerveza; tampoco las terrazas de los bares que rodean la plaza tenían clientes. Era lunes, era de noche y llovía en Roma. Era, en concreto, el lunes 29 de noviembre de 2010. 
Yo andaba sin un duro. Para ver el Barça-Madrid había que entrar a un bar y consumir y
 no tenía ni para eso: estaba a fin de mes y la paga de mis padres hacía tiempo que se había consumido y encontrar trabajo era casi una utopía. No podía perderme el primer duelo liguero entre Guardiola y Mourinho, así que me abrigué bien y me coloqué en un portalito de la plaza contiguo a un bar con wifi gratis. Así podía acceder a internet con el móvil y oír el partido en la web de alguna radio española.
Apenas había luces en la plaza. Se distinguían, al fondo, los quioscos de flores y detrás de ellos el escaparate tenuemente iluminado de una pastelería. De vez en cuando cruzaba una pareja intentando guarecerse de la lluvia bajo un paraguas, aunque no les servía de mucho por culpa de las rachas de viento. Yo me fijaba en todas esas cosas para no pensar en el desastre que se cernía sobre mi equipo. El Barça había salido en tromba y los de Mou estaban desbordados. Yo no sabía qué hacer para contener los nervios: si me movía perdía la conexión wifi y, para colmo, me hubiera calado. Preso como estaba en el portal sólo pude optar por tamborilear con el dedo sobre mi pantalón vaquero. Pero a los 10 minutos de partido se me acabaron los nervios: el narrador gritó que Xavi había recibido un pase de Iniesta para batir a Casillas con tranquilidad. Sólo 10 minutos. Puff. Supe que nada bueno podría ocurrir aquella noche.
Aquello era una tortura: lluvia, frío y los extremos del Barça asesinando a mi equipo. No podía soportarlo. Tal era así que cuando se quedó el balón suelto en el área y Pedrito se disponía a empujarla me arranqué los cascos con rabia. Entonces pude escuchar con claridad una voz femenina gritando un “goooooooooooooool” largo y sentido. La palabra llenó el ámbito de la plaza y enseguida desapareció. Desde mi posición no pude ver nada, ni siquiera levantándome. Allí la única persona a la vista era un camarero que miraba distraído la pantalla de su teléfono. Pensé que se trataría de una de las muchas estudiantes españolas que poblaban Roma viendo el partido en una habitación alquilada en la plaza. No le dí más importancia y me concentré en el partido, como si pudiera empujar con la mente el balón dentro de la portería de Valdés. No sé si influí o no, pero al poco el temporal sobre el césped del Camp Nou había amainado. 2-0 al descanso. Aún había esperanza.
Pero Villa, al inicio de la segunda parte, se encargó de destrozar todas mis ilusiones. Dos goles como dos relámpagos certificaron el naufragio del Madrid. Desconecté la radio, recogí los cascos, me puse en pie, subí al máximo la cremallera del abrigo y comencé a caminar en dirección a mi casa bajo el chaparrón. Andaba cabizbajo, llorando, cuando un “síiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii” casi idéntico al “gol” de antes llamó mi atención. Alcé la vista y la ví. Era una chica morena, con el pelo rizado, delgada, vestida con un vaquero y un cortavientos rojo muy ajustado. Corría hacia el centro de la plaza con los brazos abiertos, simulando el vuelo de un avión, celebrando el gol como lo hacía Ronaldo. Luego paró, apenas a un par de metros de donde yo estaba, alzó la cara hacia el cielo y dejó que la lluvia que anegaba la Ciudad Eterna le bañara el rostro sonriente. Entonces me vio allí, congelado, embobado, enamorado ya para siempre. Se acercó. Me miró un par de segundos, analizándome.
-¿Lo de la cara es lluvia o son lágrimas?-, me preguntó al instante.
Dije la verdad.
-¿Madridista?
Asentí con la cabeza. Se quitó un auricular de la oreja y me lo tendió.
-¿Quieres escuchar lo que queda de partido conmigo?
-Bueno, va -dije tras unos segundos de duda.
Ella misma me colocó el auricular y comenzó a andar. Se dirigió hacia un portal que estaba en el costado opuesto del bar en el que había pasado yo la noche. Me miró y dijo:
-Es que estoy sin pelas y no podía verlo en un bar, así que me he venido aquí a robar internet para poder escuchar alguna radio española...

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