21 abril 2005

San Mateo 6

SAN MATEO 6

El click del gatillo reveló que ya no había vuelta atrás. Pérez de Zurita había disparado su pistola.

300 metros más allá, Saúl acababa de salir del San Mateo, su bar preferido. Sentado sobre el capó de un Ibiza rojo, estaba a punto de recibir el primer beso de su vida, pese a que ya contaba con 18 años. La arquitectura externa de Saúl era la de un chico totalmente rudo, incluso, feroz. Es más, su costumbre de gastar sus minutos entre balones de fútbol y cervezas parecían absolutamente incompatible con su verdadera forma de ser: era un chico enamoradizo, cariñoso y soñador. Cuando Mara entró en clase, tres años atrás, Saúl se deshizo por dentro. En lo que duró el breve trayecto de Mara desde la puerta del aula hasta su pupitre, Saúl decidió que ella sería su única novia. Mara, que llegaba al instituto tras pasar por un colegio de monjas, no tenía ninguna intención de cambiar el rumbo en su nueva etapa, lo que incluía, principalmente, a su novio. Por ello, sólo llegó a ver en Saúl a un amigo, quizá el mejor, hasta ese mismo día. Poco a poco, cotidianamente, Mara se fue acostumbrando al calor del trato de Saúl, a su honesta ternura, al cariño limpio con el que siempre le trataba. Poco tiempo después de romper con su novio, Mara comprendió que su verdadero sustento era Saúl.

La larga espera del chico se iba a ver recompensada esa noche. Mara, agarrándole suavemente de la mano, le saco del grupo de amigos y le llevó fuera del San Mateo 6. La mirada sonriente de la chica hizo que Saúl, sentado sobre el capó de un Ibiza rojo, esperara ansioso su primer beso.

Mientras, la bala racista de Pérez de Zurita voló rabiosa camino del inocente nigeriano al que estaba destinada. Pero no encontró la cabeza del africano y fue a incrustarse en la nuca de Saúl justo cuando los labios de Mara se encontraban a menos de dos centímetros de los suyos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Poco a poco Saul va cumpliendo sus objetivos.
Y, ni muerto, dejará de cumplir todo aquello que se proponga.

Anónimo dijo...

Uf, eso de la amistad que se convierte en amor no lo termino yo de ver claro. En cambio, al contrario sí.
Al menos esta vez Saúl no quería suicidarse, qué mala suerte tiene el pobre chico.